Autor: admin | 26/01/2017
Es una bestia. No, es un Monstruo —sí, con M mayúscula—, con M de BMW Motorsports. En lugar de cuernos tiene un par de turbos, en lugar de colmillos tiene cuatro salidas de escape, y su corazón late a sístole y diástole con un V8 de 4.4 litros. El BMW X5 M hace todo lo que un monstruo: ruge, intimida y es enorme.
Estar al volante de un deportivo como éste —porque vaya que merece llamarlo deportivo— se resume en un montón de sentimientos encontrados. Te sientes poderoso, el rey del mundo, pero algo dentro de ti, en lo más recóndito de tu alma petrolhead, se cuestiona si un BMW M puede andar por aquí y por allá en forma de camioneta. Siete días bastaron para encontrar todas las razones para amarlo (u odiarlo).
Para entender de qué hablo tendrás que subirte y encenderlo. De inmediato, el sonido de los escapes vibra en tus tímpanos. Y eso que aún no aceleras. La posición de manejo es alta y dista de ser tan espectacular como la de un superdeportivo, pero a cambio tienes una sensación de poder digna de un SUV de casi cinco metros, con todo lo que ello implica.
Circular en ciudad es sentirte Goliat entre un montón de pitufos, sobre todo en avenidas de carriles estrechos. Esto, por supuesto, pasa con cualquier SUV grande; la peculiaridad del BMW X5 M es que, aunque el tráfico no fluya como a ti te gustaría, sigues teniendo 575 caballos de fuerza y 553 lb-pie de torque a la merced de tu pie derecho. Un roce en el acelerador, incluso en modo Efficient, es suficiente para sentir la magia del V8 biturbo.
¿Poco práctico para ciudad? Para nada. Más allá de sus dimensiones, y de una dirección aparentemente imprecisa a bajas velocidades, controlar la potencia del BMW X5 M resulta demasiado sencillo gracias a un acelerador sumamente fácil de dosificar. Esto, sumado a una suspensión deportiva de amortiguación variable, permite conducir un deportivo rudo que no renuncia a los modales propios de un SUV.
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